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Caso N. N. (1997)

Caso N. N. (1997)
22 mayo 2017 Identidad & Diversidad

En el año 1997, con pos­te­rio­ri­dad a la refor­ma cons­ti­tu­cio­nal, el Juz­ga­do de 1° Ins­tan­cia en lo Civil y Comer­cial N° 8 de Quil­mes debe deci­dir en la cau­sa “N.N.” [1]. La per­so­na soli­ci­tan­te, lue­go de haber­se inter­ve­ni­do qui­rúr­gi­ca­men­te en el extran­je­ro, soli­ci­ta la rec­ti­fi­ca­ción de su par­ti­da de naci­mien­to y de su docu­men­to de iden­ti­dad. Éste es el pri­mer ante­ce­den­te juris­pru­den­cial en que se hace lugar a la rec­ti­fi­ca­ción de la docu­men­ta­ción iden­ti­fi­ca­to­ria pos­te­rior a la ade­cua­ción físi­ca median­te una inter­ven­ción quirúrgica.

Al no exis­tir nor­ma­ti­va que en ese tiem­po regu­la­ra la situa­ción, ni tam­po­co otra que pudie­ra apli­car­se por ana­lo­gía, el juez debe recu­rrir a los prin­ci­pios gene­ra­les del dere­cho. Cabe des­ta­car aquí que, al ser un caso pos­te­rior a la refor­ma cons­ti­tu­cio­nal del año 1994, la que recep­ta en su tex­to la eli­mi­na­ción de toda for­ma de dis­cri­mi­na­ción por la incor­po­ra­ción de los tra­ta­dos inter­na­cio­na­les al con­jun­to de nor­ma­ti­va cons­ti­tu­cio­nal, se habi­li­ta el aná­li­sis del plan­teo judi­cial realizado.

El fallo en cues­tión ana­li­za las impli­can­cias de la reasig­na­ción sexual en el dere­cho de fami­lia, más pre­ci­sa­men­te en el matri­mo­nio y la adop­ción. El juez sos­tie­ne que en el matri­mo­nio las carac­te­rís­ti­cas fisio­ló­gi­cas de la recu­rren­te la inha­bi­li­tan para la repro­duc­ción y la habi­li­tan sólo para un acto sexual irre­gu­lar. Se inter­pre­ta que ambas son cau­sa­les de nuli­dad rela­ti­va del matri­mo­nio, y se deja a sal­vo el dere­cho del con­tra­yen­te de pedir la anu­la­ción en caso de igno­rar la reali­dad sexo­ló­gi­ca de su pareja.

En cuan­to a la adop­ción, se hace refe­ren­cia a la valo­ra­ción de las apti­tu­des de la soli­ci­tan­te. Se entien­de que esas apti­tu­des debe­rán ser ana­li­za­das de mane­ra par­ti­cu­lar y que, en prin­ci­pio, por los exá­me­nes psi­co­ló­gi­cos efec­tua­dos, se refle­ja que la soli­ci­tan­te en este caso tie­ne con­di­cio­nes inme­jo­ra­bles para lle­var ade­lan­te la crian­za de un menor.

Asi­mis­mo, se pro­du­ce una con­fu­sión típi­ca entre los con­cep­tos de “homo­se­xua­li­dad” y “tran­se­xua­li­dad”, como ya hemos vis­to y vere­mos en otros casos ana­li­za­dos. Sin embar­go, el juez con­si­de­ra que “la per­so­na­li­dad no es un valor que pode­mos con­fi­gu­rar a nues­tro gus­to, su deli­nea­mien­to se pro­du­ce por innu­me­ra­bles fac­to­res que comien­zan en eta­pas pre­na­ta­les, al que se suman los ambien­ta­les, los de orden fami­liar o del medio social, como tam­bién la edu­ca­ción y otras expe­rien­cias de con­vi­ven­cia que afec­tan sen­si­ble­men­te la defi­ni­ción de la mis­ma y den­tro de ella se encuen­tra todo lo ati­nen­te a su sexualidad”.

Se tie­ne en cuen­ta que en su mor­fo­lo­gía exter­na la recu­rren­te pre­sen­ta geni­ta­les feme­ni­nos, que ha vivi­do des­de su ado­les­cen­cia como mujer, y que de la peri­cia psi­co­ló­gi­ca sur­ge que es mujer y no pre­sen­ta sín­to­mas psi­co­pa­to­ló­gi­cos ni pro­ble­mas en su iden­ti­fi­ca­ción psi­co­se­xual, por lo que es neta­men­te femenina.

Final­men­te, el juez acce­de a la reasig­na­ción sexual por haber­se rea­li­za­do pre­via­men­te la inter­ven­ción qui­rúr­gi­ca, con lo que esta modi­fi­ca­ción en el cuer­po era nece­sa­ria para pos­te­rior­men­te poder exi­gir el reco­no­ci­mien­to del Esta­do de la iden­ti­dad auto­per­ci­bi­da. Según las pala­bras del juez,

Debe enten­der­se el tema a resol­ver como una reasig­na­ción de sexo y cam­bio de nom­bre, a lo que debe acce­der­se tenien­do en cuen­ta que el peti­cio­nan­te del cam­bio de sexo ha reco­rri­do un sen­de­ro dis­tin­to al que, pri­mi­ge­nia­men­te, le sig­nó su natu­ra­le­za y sin que ello fue­ra fru­to de una deci­sión indi­vi­dual y libre sino que, por diver­sas cir­cuns­tan­cias de orden fami­liar, social, edu­ca­cio­nal, for­ma­ti­va y anato­mo-fisio­ló­gi­cas, des­de muy tem­pra­na edad se va per­fi­lan­do una per­so­na­li­dad que adquie­re con­tor­nos pro­pios de la mujer, adqui­rien­do rele­van­cia el ele­men­to psi­co­so­cial, ade­más del gené­ti­co, que deter­mi­na el sexo, habien­do deci­di­do some­ter­se a una inter­ven­ción qui­rúr­gi­ca para la abla­ción de los geni­ta­les mas­cu­li­nos y la implan­ta­ción de una fal­sa vagi­na no como un acto de libre dis­po­si­ción de su pro­pio orga­nis­mo sino como la nece­si­dad de poner fin a dicha transformación.”

En Argen­ti­na, dicha inter­ven­ción qui­rúr­gi­ca sólo podía efec­tuar­se pre­via auto­ri­za­ción judi­cial, ya que la mis­ma esta­ba estric­ta­men­te prohi­bi­da según la Ley 17.132 del Arte de Curar. La men­cio­na­da ley en su artícu­lo 19 inci­so 4 enunciaba:

Los pro­fe­sio­na­les que ejer­zan la medi­ci­na están, sin per­jui­cio de lo que esta­blez­can las demás dis­po­si­cio­nes lega­les vigen­tes, obli­ga­dos a no lle­var a cabo inter­ven­cio­nes qui­rúr­gi­cas que modi­fi­quen el sexo del enfer­mo, sal­vo que sean efec­tua­das con pos­te­rio­ri­dad a una auto­ri­za­ción judicial”.

NOTA

[1] Fallo “N. N.”, Juz­ga­do de Pri­me­ra Ins­tan­cia en lo Civil y Comer­cial Nº 8 de Quil­mes, de fecha 15/05/1997. Publi­ca­do en: LLBA 1997, 959, con nota de Julio César Rive­ra. Cita onli­ne: AR/JUR/2682/1997.

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